miércoles, 9 de mayo de 2012

La eucaristía, fuerza de Vida

Una de las cosas por las que es conocido Don Bosco es por sus sueños proféticos. Se podría decir que ha sido un profeta de los tiempos modernos. En uno de ellos, el que quizás sea el más conocido, ve un gran barco que representa la Iglesia, era pilotado por el Romano Pontífice,el Papa, y navegaba sobre un mar agitado por la tempestad. Aparecieron además un centenar de barcas enemigas muy bien armadas con cañones (el ateismo, la corrupción, el secularismo...). Comienza entonces una gran batalla en la que la gran nave de la Iglesia es además zarandeada por las olas y el viento. Cuando prácticamente ya había sido derrotada, surgieron del mar dos poderosas columnas. Sobre una de ellas está la Eucaristía y sobre la otra la imagen de la Virgen María. La nave pilotada por el Papa se acercó y se amarró fuertemente a esas dos columnas, así ya no sería hundida. Luego, de las dos columnas surgión con gran fuerza un viento que ahuyentó y hundió las naves enemigas.

Sin duda la Eucaristía es uno de los pulmones de la Iglesia, sin ella difícilmente puede salir adelante. Una vez un religioso amigo de mi familia, no me acuerdo por qué motivo, pasó por mi casa; yo le llevé a la iglesia de mi pueblo para enseñársela. Coincidió (o como diría un conocido, más que coincidencia es una Diosidencia) que ese día estaba expuesto el Santísimo y le expliqué que una vez a la semana se exponía el Santísimo durante todo el día y se hacían turnos de adoración. También le conté, orgulloso, que era una parroquia muy viva, que estaba creciendo últimamente. Él me contestó algo así como "allí donde la Eucaristía es el centro, llega la vida".

Cristo lo dijo (Jn 6, 51.54.56), Don Bosco nos lo recuerda y los hechos lo ratifican a diario, donde está la Eucaristía está la vida, la felicidad, la valentía... y aquellos que la adoran le encuentran el sentido a sus vidas. La receta es sencilla: "acción de gracias".

Os dejo por último el testimonio del cardenal Van Thuan, obispo de Vietnam y hecho prisionero por los comunistas en 1975:

"Cuando en 1975 me metieron en la cárcel, se abrió camino dentro de mí una pregunta angustiosa: ¿Podré seguir celebrando la Eucaristía? Fue la misma pregunta que más tarde me hicieron los fieles. En cuanto me vieron, me preguntaron: ¿Ha podido celebrar la Santa misa? En el momento en que vino a faltar todo, la Eucaristía estuvo en la cumbre de nuestros pensamientos: el pan de vida.Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar es mi carne por la vida del mundo (Jn 6, 51). En todo tiempo, y especialmente en época de persecución, la Eucaristía ha sido el secreto de la vida de los cristianos: la comida de los testigos, el pan de la esperanza.
Cuando me arrestaron, tuve que marcharme enseguida, con las manos vacías. Al día siguiente me permitieron escribir a los míos, para pedir lo más necesario: ropa, pasta de dientes... Les puse: Por favor, enviadme un poco de vino como medicina contra el dolor de estómago. Los fieles comprendieron enseguida.

Me enviaron una botellita de vino de misa, con la etiqueta: medicina contra el dolor de estómago, y hostias escondidas en una antorcha contra la humedad.

La policía me preguntó:

–¿Le duele el estómago?

–Sí.

–Aquí tiene una medicina para usted.

Nunca podré expresar mi gran alegría: diariamente, con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano, celebré la misa. ¡Éste era mi altar y ésta era mi catedral!

En la prisión, sentía latir en mi corazón el corazón de Cristo. Sentía que mi vida era su vida, y la suya era la mía.

La Eucaristía se convirtió para mí y para los demás cristianos en una presencia escondida y alentadora en medio de todas las dificultades. Jesús en la Eucaristía fue adorado clandestinamente por los cristianos que vivían conmigo, como tantas veces ha sucedido en los campos de concentración del siglo XX.

En el barco que nos llevó al norte celebraba la Misa por la noche y daba la comunión a los prisioneros que me rodeaban. En el campo de reeducación estábamos divididos en grupos de 50 personas; dormíamos en un lecho común; cada uno tenía derecho a 50 cm. Nos arreglamos para que hubiera cinco católicos conmigo. A las 21.30 había que apagar la luz y todos tenían que irse a dormir. En aquel momento me encogía en la cama para celebrar la misa, de memoria, y repartía la comunión pasando la mano por debajo de la mosquitera. Incluso fabricamos bolsitas con el papel de los paquetes de cigarrillos para conservar el Santísimo Sacramento y llevarlo a los demás. Jesús Eucaristía estaba siempre conmigo en el bolsillo de la camisa.

Así Jesús se convirtió –como decía Santa Teresa de Jesús– en el verdadero compañero nuestro en el Santísimo Sacramento. Un solo pan, un solo cuerpo. Y Jesús nos ha hecho ser Iglesia. Porque uno solo es el pan, aun siendo muchos, un solo cuerpo somos, pues todos participamos del mismo pan (1 Co 10, 17).
Ofrezco la Misa junto con el Señor: cuando reparto la comunión me doy a mí mismo junto al Señor para hacerme alimento para todos. Esto quiere decir que estoy siempre al servicio de los demás.

Cada día, al recitar las palabras de la consagración, confirmaba con todo el corazón y con toda el alma un nuevo pacto, un pacto eterno entre Jesús y yo, mediante su sangre mezclada con la mía. ¡Han sido las misas más hermosas de mi vida!"

"Queridos jóvenes: Jesús vive ente nosotros en la Eucaristía… Entre las incertidumbres y distracciones de la vida cotidiana, imitad a los discípulos… Invocad a Jesús para que permanezca siempre con vosotros. Que Él sea vuestra fuerza, vuestro ejemplo y vuestra esperanza" (Juan Pablo II).

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